El incienso fue una resina muy valorada y preciada en el país del Nilo, por su buen olor.
Se relacionó con el aroma de los dioses.
Era una parte intangible de la divinidad, su "olor", su "sudor", el medio por el que se hacían presentes.
Se entendió que tenía capacidades mágicas y que poseía la facultad de repeler y alejar a las fuerzas del mal.
Además gracias a la columna de humo que producía al quemarse se abría un camino rápido y seguro para que las oraciones llegasen a los dioses y para que el Ba del difunto pudiera desplazarse con rapidez.
Se quemaba en unos incensarios que el rey o los sacerdotes acercaban a la imagen del Dios.
Sirvió para hacer ofrendas a los dioses y a las momias, así como para fumigar el cuerpo.
A través del humo del incienso los dioses podían manifestarse, la fragancia del incienso era la que anunciaba la presencia de "lo divino", y por ello, este incienso también podía transformar al difunto en un estado próximo o igual al de los dioses.
En los textos de las Pirámides, se advierte que el incienso se produjo gracias a las lágrimas de los dioses, por lo que tenía cualidades sobrenaturales.