Como ocurre en otras culturas, el fuego era un elemento ambivalente, era considerado tanto benéfico como dañino, purificador y devastador.
Fuego era lo que desprendía la diosa serpiente (Ureos), cuando se encolerizaba, lo que escupía cuando -situada en la frente de Ra o del monarca- le protegía contra todo el mal que quisiera atacarle.
Era el elemento que empleaban algunas deidades para espantar a las fuerzas malignas.
A causa de las propiedades térmicas del Sol, los egipcios sospecharon que era fuego y como tal situaron su morada en un lugar denominado "La Isla de las Llamas", o "Isla de Fuego".
Este "fuego", se percibía cada mañana en los amaneceres teñidos de rojo.
El fuego podía ser un símbolo de vida y de salud, tan imprescindible como para que los difuntos sintieran la necesidad de él como energía para mantener su cuerpo "vivo", precisamente para esta función se enterraban con ciertos talismanes, llamados hipocéfalo.
(Símbolo egipcio que representa el fuego).
Pese a sus cualidades purificadoras, como elemento peligroso y temible, también tenía que ser conjurado para que no dañara al fallecido.
También como elemento purificador, sirvió para deshacer ciertas figurillas de cera que reproducían a algunos animales (simulando virtualmente su sacrificio real), o la imagen de los enemigos a las cuales se les dotaba de personalidad gracias a la reproducción de su aspecto característico y la inscripción que se grababa o pintaba sobre la superficie de la figura.
Aparece citado en multitud de ocasiones como un medio de tortura para los condenados en el Más Allá, como martirio para aquellos que no habían sido justos en la tierra.
Los seres que morían quemados no tenían posibilidad de que su Ba (alma), perviviera en la eternidad y las almas condenadas en el juicio del Más Allá también sufrían este castigo o pena capital.